Los aromas del espliego, del tomillo y de los terebintos se mezclan en el puerto de Ajaccio, Córcega, cuando Napoleón Bonaparte nació en 1769, alumbrado en el seno de una familia noble, aunque pobre por tener un padre despilfarrador.
Napoleón ha pasado a la historia como uno de los más grandes militares de todos los tiempos, que llegó a proclamarse Emperador de Francia. Su fama en el campo castrense comenzó cuando a los 22 años fue nombrado teniente coronel de la Guardia Nacional corsa, cuando dio comienzo la Revolución Francesa. Dos años más tarde le ascendieron, tras la toma de Tolón, a general de brigada y en 1796 pasó a ser comandante del ejército francés en Italia. Su éxito más preciado lo logró a los veintinueve años, y fue la conquista de Egipto.
Pero no es su labor como militar lo que nos atrae de su figura en estos momentos. Napoleón también fue un gran aficionado al ajedrez, uno de los más ilustres. Dicen que su juego en el tablero no era bueno, aunque quizá se le pueda excusar porque le agradaban las partidas rápidas, charlar, canturrear e incluso recitar versos mientras competía.
No obstante, resulta indudable que su afición por este deporte era grande. Amaba la estrategia, principalmente en el campo de batalla, y por ello jugaba al ajedrez siempre que disponía de algo de tiempo y no le apetecía invertirlo en su otra afición, la lectura de libros de historia, de ciencia, tragedias de Corneille o de Voltaire, la Biblia, Virgilio o Ossian. Para los anales de la humanidad nos han quedado algunas de las partidas que Napoleón disputó, partidas brillantes pese a algunos errores importantes, atribuibles perfectamente a la falta de concentración de los jugadores, a la búsqueda de rapidez en los movimientos o, si hacemos caso a las malas lenguas, a la falta de convicción de sus oponentes para ganar al emperador.
Pero Napoleón no sólo jugaba al ajedrez para probar su capacidad, también lo usaba como arma contra el aburrimiento y, el gran secreto, para poder mantenerse cerca de las bellas damas de compañía de su esposa Josefina.
En la siguiente partida, disputada contra Madame de Remusat, en el castillo de Malmaison, en 1804, nuestro protagonista jugó sus movimientos meditando sobre una importante cuestión. Instantes antes de comenzar a jugar, Josefina, Mme de Remusat y otras damas suplicaron al emperador Bonaparte que perdonase la vida del duque d´Enghien. La orden de su ejecución ya estaba en camino cuando Napoleón venció ante el tablero y levantó la cabeza sonriente porque, además de vencer, había decidido indultar al duque. La fatalidad intervino en contra del buen final de esta historia; los encargados de su ejecución la cumplieron asegurando que la nueva orden no llegó a tiempo.
LA PARTIDA HISTORICA.
Blancas: Napoleón l.
Negras: Madame de Remusat.
Castillo de Malmaison, 1804.
1.Cc3 e5 2.Cf3 d6 3.e4 f5 4.h3 fxe4 5.Cxe4 Cc6 6.Cfg5 d5 7.Dh5+ g6 8.Df3 Ch6 9.Cf6+ Re7 10.Cxd5+ Rd6 11.Ce4+ Rxd5 12.Ac4+ Rxc4 13.Db3+ Rd4 14.Dd3 ++ 1-0 El contragambito Greco fue llamado también la apertura de Napoleón, por lo que el gran militar amaba las cargas de caballería. En esta partida, no exenta de errores por parte de Mme. Remusat (por ejemplo, 8… Ch6, que debía jugar 8… Af5), se demuestra una visión de juego interesante para el año en que se desarrolló.