José Raúl Capablanca nació en Castillo del Principe, una instalación militar de la Habana colonial, donde su padre José María ocupaba el puesto de comandante del ejercito español. Se diría que cuando José Raúl fue alumbrado en 1888 la habilidad de los mejores estrategas castrenses del país se embuyó en él de forma prodigiosa. Dicen que con cuatro años aprendió a jugar al ajedrez mirando cómo lo hacía su padre y que con esa corta edad venció a su progenitor en una partida que fue la comidilla de toda la ciudad, donde el comandante José María Capablanca era muy respetado. Sin duda, si existen los niños prodigio, él era uno de ellos.
Cuando Cuba se independizó en 1898 de España, los españoles perdimos algo más que un territorio, perdimos a un pequeño genio, que con trece años consiguió su primer gran éxito al vercer al mejor jugador cubano del momento, Juan Corzo. Era ya un mito en toda la nación cuando, en 1904, se trasladó a Estados Unidos para ingresar en la Universidad de Columbia.
José Raúl Capablanca comenzó a visitar el Manhattan Chess Club. Con dieciocho años, en un torneo de ajedrez relámpago, se enfrentó por primera vez al gran Lasker, el Campeón Mundial, a quien derrotó ante el asombro general para ganar el torneo. El Dr. Lasker, al finalizar la última partida estrechó la mano de Capablanca y le dijo que era un notable joven, “usted no ha cometido errores”.
Como si de un auténtico conquistador se tratase, a finales de 1908 comenzó una extensa gira por Estados Unidos. Quiso batallar para demostrar su talento, su poder. Jugó un total de 734 partidas, de las cuales ganó 703, entabló 19 y perdió 12.
Pero su gran éxito, cuando fue proclamado Campeón Mundial, no llegó hasta 1921, quitandoselo a Lasker. Seis años más tarde, Alekhine sorprendió al mundo al demostrar que José Raúl Capablanca no era invencible, el Dr. Rusofrancés le arrebató el título de Campeón Mundial y rompió una imbatibilidad largamente mantenida.
Dicen que Capablanca era al ajedrez como Mozart a la música. Su juego sencillo, lógico y tranquilo es como una melodía genial que aparentemente cualquiera podría componer, pero que pocos han conseguido igualar: diecinueve de sus partidas fueron distiguidas, unas con el premio a la belleza y otras con el premio de la brillantez; por otra parte, en toda su carrera sólo perdió 41 partidas de competición y ninguno de estos grandes maestros contemporáneos pudo jamás derrotarle en una sóla partida: Maroczy, Bernstein, Nimzovich, Bogoljubow, Tartakower, Vidmar y Duras. Si el Dr. Lasker llegó a admirarle, qué no sentirían el resto de los ajedrecistas de su tiempo al verle competir.
En 1942, el mejor jugador de ajedrez del mundo hispaño falleció en el Hospital Monte Sinai de Nueva York; su cadáver se trasladó a La Habana, donde se le rindieron honores de coronel muerto en acción. Y es que, Capablanca, conquistó el mundo con su impecable ajedrez.
En 1901, José Raúl Capablanca Graupera se enfrentó, con trece años, al campeón cubano Juan Corzo. La Habana fue testigo de este choque tan importante para el futuro campeón del mundo. El juego de Capablanca sorprendió a todos, hasta al propio Corzo. Cuba reconoció, tras esta partida, que había nacido un nuevo genio, que tenía un gran porvenir. Acertaron.